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viernes, 15 de junio de 2012

Centauros del desierto




TÍTULO ORIGINAL The Searchers
AÑO 1956

El director John Ford, establece siempre una ambigüedad continua a la hora de presentar dos ideas antagónicas (ya sea en la narrativa de la película o en la representación de los personajes), y es en este film, donde Ford muestra de manera más vehemente esa dicotomía. El tema del racismo es tratado por el director, pues, de este modo. No entra en valoraciones que conduzcan a la bondad o maldad de los personajes. Ford es un revelador de “la circunstancia”, lo que le lleva a no emitir, ni dar a entender ningún juicio a cerca de las acciones de los personajes, sino simplemente se limita a poner de relieve el porqué de esas acciones.

Esto se deriva de las vivencias de los protagonistas de la cinta; como en el caso de Ethan Edwards (John Wayne), que regresa al hogar tras haber acumulado un bagaje vital enorme en diferentes conflictos. Es un hombre marcado por la guerra, por el combate, y por tanto, acostumbrado a tratar con la muerte casi cotidianamente. Esto le lleva a pensar de una forma concreta a cerca de los indios, pero quizá no por convencimiento, sino como método de autodefensa ante las frustrantes experiencias vividas a lo largo de su existencia.

El protagonista es, por tanto un ser errante, que se siente desdibujado en un entorno que le es ajeno, el hogar. De esto se deduce, que la búsqueda incesante de la chica raptada, no deja de ser una búsqueda de sí mismo, una promesa hecha a sí mismo, casi una penitencia.
Es inevitable, buscar referencias mitológicas en la película, y de hecho, la Odisea de Ethan Edwards, es un guiño evidente a la Odisea homérica. Si bien son historias diferentes, y el desarrollo es completamente distinto, la alegoría es clara. Los dos protagonistas tienen esa predisposición a la aventura, ese tesón y coraje típico de la épica grecolatina, pero también se ven perseguidos por la tragedia, tan presente en los relatos de esta naturaleza.

Sin duda uno de los “westerns” más grandes y sofisticados de todos los tiempos.
Es una cinta circular, por cuanto la trama se inicia y se termina con dos planos similares, aunque de distinta simbología. La inicial muestra al hombre que regresa al hogar, tras mucho tiempo de ausencia, solitario y exhausto. La secuencia final recoge un nuevo regreso, pero esta vez el protagonista regresa con la niña en brazos, que es entregada a sus padres, que, con el resto de la familia, se introducen dentro de la casa. Ethan por su parte, permanece en el porche, con un semblante sereno, tras haber cumplido con su objetivo, pero no entra en la casa. Se da la vuelta mientras de fondo suena la canción del hombre errante, y la puerta (que no es sellada por ninguno de los familiares), se cierra dejando fuera al protagonista. No es ningún personaje el que separa a Edwards del calor del hogar Fordiano, sino el propio Ford el que excluye al protagonista de la familia con una puerta que se cierra delante de Wayne.


DIRECTOR John Ford
GUIÓN Frank S. Nugent
MÚSICA Max Steiner
FOTOGRAFÍA Winton C. Hoch
REPARTO John Wayne, Natalie Wood, Jeffrey Hunter, Ward Bond, Vera Miles, John Qualen, Olive Carey, Henry Brandon, Ken Curtis, Harry Carey Jr., Hank Worden, Walter Coy
PRODUCTORA Warner Bros. Pictures

SINOPSIS Texas. En 1868, tres años después de la guerra de Secesión, Ethan Edwards, un hombre solitario, vuelve derrotado a su hogar. La persecución de los comanches que han raptado a una de sus sobrinas se convertirá en un modo de vida para él y para Martin, un muchacho mestizo adoptado por su familia.

Un hombre parte en busca de los indios que se llevaron a su sobrina. Este es el -aparentemente- simple argumento de un viaje al centro del odio y la intolerancia a cargo del mejor John Wayne. En la mirada cansada de Ethan el racismo late poco a poco, casi sin notarse; ojos caídos de un perdedor que apenas puede esconder un desprecio tan brutal como poco explícito.

El maestro Ford volvió a demostrar por qué es el mejor director de la historia del cine en un genial relato lleno de fuerza, amargura, poesía y perfección. Un obra de arte y una maravillosa historia, considerada por todos como una auténtica obra maestra del género.

Las películas con fama de obras maestras despiertan a una legión de brillantes cinéfilos cuyo objetivo es buscarles los defectos, "derrumbar el mito", como dicen algunos. Es un empeño que a mí se me hace incomprensible. ¿Para qué derrumbar mitos? Una película, cuando se enfrenta a un espectador está tan desnuda como el primer día que fue vista, allá por el año 56, y espera ser juzgada, siempre se ofrece tal cual es. Los mitos son un prejuicio más, que lleva a unos a la ciega adoración, y a otros a una vanidosa disertación. La película es lo que es, no hay más, y como tal debe ser criticada.

Dicen los destructoresdelmito que Centauros del desierto es un película fordiana, pero imperfecta. ¿Hay algo perfecto en este mundo? Quizás un ordenador haga algún día películas perfectas, pero hoy por hoy, son los hombres quienes hacen cine. Centauros del desierto es imperfecta. Mejor. Eso resalta sus virtudes. Tiene fallos en la continuidad, errores absurdos de montaje, pequeñas lagunas en su avance temporal y espacial. ¿Y qué? No debe juzgarse una película por eso, no en mi opinión. Y le pongo un 10 aunque veo que tiene esos errores. De una película se debe esperar, según mi opinión, otra cosa.

Centauros del desierto tiene una enorme fuerza visual. La imagen cuenta cosas, y lo hace con hondura, como pocas veces se ha visto. Es una cima en este aspecto. Da igual si es Tejas o Almería. El cine es imagen, y Ford la emplea aquí como nunca antes ni después. Solo por eso, que le den por el culo a los errores de rakord, o a si un río es rojo o azul. Quien los ve es que está comiendo pipas y no está por la labor.

Centauros del desierto fabrica un personaje eterno. Es una rareza en el cine americano de los cincuenta, y más en el western. Ethan tiene una dimensión dramática atemporal, es de una modernidad desconcertante. Con la brillante interpretación de John Wayne se nos muestra un personaje oscuro, primitivo, obsesionado. Es un personaje-símbolo. Encarna al nómada, al salvaje, al que no es capaz de adaptarse, y con ello Ford (y Nuguet) lo convierte en un personaje romantico, soñado, condenado a desaparecer. Ese personaje, esa figura, trasciende. Está vigente en 1862, en 1956 y en 2010.

De una película esperamos que nos atrape en un torrente de emociones. Ésta lo hace. Y sus armas son el encuadre, el espacio, el dibujo de los personajes, los silencios, el ritmo, las pausas cómicas (muy fordianas), la luz, el color, la música, el uso del tiempo, la tensión, el odio y el amor, y unas cuantas cosas más. Todo está en Centauros del desierto.

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